martes, 26 de julio de 2011

Kevlarian Adventures. Chapter 2 (an appearance from the exile)

Mirábamos hacia las estrellas con desazón en un intento de encontrar sentido a esa incertidumbre que llevábamos en nuestro interior. Una pasiva inquietud dominaba nuestro espíritu haciéndonos sentir como solitarias almas que vagan por esta tierra baldía. Todo llegó con el exilio. Pero ahora ha regresado.

Muchas lunas atrás nuestro fiel pastor, habiendo aceptado su mesiánico destino, surgió de la oscura bruma que colmaba la noche y alzó su mano para recoger lo que por herencia profética era suyo, el secreto del acero. Sin embargo nuestra dicha se convirtió poco tiempo después en sufrimiento.


Nuestro amado y venerado amigo kevlariano tuvo que partir hacia las tierras imperecederas, donde el tiempo no pasa, para ayudar a lugareños a encontrar por sí mismos el secreto del metal.

Tuvimos que aceptar el hecho de que nos dejara. Eso no significaba que nos despreciara, simplemente que había más necesidad de su sabiduría allá donde debía ir.

El tiempo cambió desde entonces. Lo que primero era una sensación de independencia y madurez se convirtió en una oscuridad perenne que recorría todos los corazones. Nuestro guía nos dejó por demasiado tiempo. Sus enseñanzas comenzaban a desaparecer de nuestros recuerdos. Y entonces, cuando más se le necesitaba, apareció.

Tres antiguos caballeros de la orden del metal eterno, fieles seguidores del credo, viajaban de una punta a otra del vetusto reino kevlariano. Buscaban pistas entre los movimientos de las nobles pero quebrantadas gentes que encontraban en su camino. Querían alguna prueba acerca del paradero del hacedor. Su fe era fuerte, pero no sus cuerpos.

Una nube de polvo lo cubría todo. Cruzaban una zona donde antaño todo eran pastos, pero el tiempo y la oscuridad los cubrieron de arena. El clima, cálido y tranquilo cuando partieron, se convirtió en frío y ventoso. La desesperanza calaba cada vez más hondo y el final del camino parecía nunca arribar. Y así, con todo esa pesadumbre, llegó el maestro. Él les encontró cuando más lo necesitaban.

Les hizo recuperar y retomaron su fe mediante espasmódicos movimientos, gritos acompasados y danzas atrayentes a la luz de la luna. Finalmente y tras un breve tiempo de regocijo, comprendieron de nuevo que su ausencia era en beneficio de todos, pues les haría más fuertes y llevarían su credo más lejos. Y con los corazones renovados de espíritu les nombró portadores del secreto del acero. Así, nunca más tendrían miedo de la ausencia y vivirían como hombres libres.

Esta gesta es cierta. Lo se de buena tinta, pues yo viví estos acontecimientos. Soy uno de los caballeros del metal eterno y ahora un portador del secreto del acero. Cumpliré con mi promesa y convertiré esta tierra y aquellas por las que pase en un lugar mejor. Un lugar kevlariano.



Bourbon

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