miércoles, 4 de mayo de 2011

Burocracia central

Hoy voy a hablar de un mundo en la sombra. Un mundo del que poca gente sale contento y que visitarlo quita una fracción del alma. El mundo de… los burócratas.

Si sabes bailar el limbo mejor que nadie podrás pasar por ese submundo con soltura, pues tendrás un nivel de burócrata alto y conocerás los entresijos del sistema. Sin embargo, para el resto de la población, el contacto con esos seres, que yo creo que son dementores, hacen que las horas pasen y los demonios de cada uno comiencen a salir a la luz.


Llegas hasta ese emplazamiento a sabiendas de que serán horas y horas perdidas por la causa de tener “el papelito”. Ese papel indispensable para muchas personas o entidades pero y que debiera recogerse en menos de 10 minutos. Sin embargo uno nunca cuenta con el factor “gente aburrida en casa que va a pasar el rato mareando a los funcionarios”. Y espero sinceramente que sea ese factor, porque si es el de “funcionarios que se tocan los cojones como si fueran Patty y Selma en uno de sus largos días”. El caso es que por ese papelito concreto voy al lugar madrugando incluso, y me encuentro con una variada y multiétnica cantidad de zombies de todas las edades. Pero no zombies del estilo The Walking Dead, sino más bien como los de George A. Romero. Seres de inexpresivas caras que reaccionan ante dos cosas: por los movimientos que se ven pantalla donde televisan sin sonido programas de la televisión pública y por los cambios de dígitos de una pantalla LED que dispara mensajes confusos tales como “C144 M3”. Cuando esos marcadores cambian, los zombies introducen su mano en el bolsillo y extraen un pequeño y arrugado papelito que lleva un nombre que no entienden ni quieren entender. Es una coreografía perfectamente ensayada. Cambio de número, mano al bolsillo, entrecerrado de ojos para enfocar bien, desilusión y vuelta a guardar el ticket con el número impreso. ¿¡Pero es que aparte de zombies sois Dori de Buscando a Nemo!? ¡Retienen menos en la cabeza que Concha Velasco en la vejiga!

Entre estudios antropológicos que harían valer un Nobel si se tuviera algo con qué apuntar a mano, llega el momento de la verdad. Ha llegado el número divino, el tuyo. Miras por última vez a esa plebe y piensas “pero… si yo voy a entrar antes que ellos y ellos ya estaban aquí cuando llegué… ¿a qué han venido estos?” ¡Pero es falso! O no. Porque las caras se vuelven todas iguales y ya no se saben si es que están esperando el autobús en un servicio de la S. S. o que no tenían nada que hacer en casa o que en realidad, no son los mismos que cuando entraste pero que el ciclón de aburrimiento y desasosiego creado por los dementores les ha convertido en las mismas masas corpóreas sin cerebro que eran los que estaban antes que tú.


No pienses más en ello. Corre, se egoísta y ve a por el puto papelito que has venido a recoger. Con carácter altivo, te sientas delante de ese funcionario de rostro impertérrito y le dices “he venido a por la forma A38”(véase Astérix y las 12 pruebas). Él, sin mirarte y con un tono donde la efusividad no está presente te dice “Lo recibirá por correo en una semana”. Mecaguensantantonidepadua. ¿2 horas y 45 minutos para eso? ¿Pero qué es lo que pedía el resto de gente? ¿Integrales triples para llevar a sus jefes? Da igual, no lo pienses y huye.

Voy volando al lugar donde me reclamaron la forma A38. Y al llegar, con el corazón latiendo al borde de la taquicardia, le das el documento y te dicen “¿Y qué quieres que hagamos con esto? Tu tienes que ocuparte de todos los trámites… En ese momento uno se deshace y piensa “Si tuviera yo poción mágica ahora mismo…”




Bourbon